Me gustaría compartir con vosotros un relato escrito por mi buen amigo DANIEL SOTELINO sobre la actitud. Espero que os guste:
Matías, Luis y Valerio se acercaban por la calle a paso ligero hacia la escuela de Danza. Era una noche fría, de las muchas a las que estaban acostumbrados desde que vivían en aquella ciudad. Matías era un joven de tez morena, porte elegante, figura atlética y amplios ojos negros. Iba mascullando palabras inaudibles. Llegaba tarde y no quería hacerse esperar siendo el primer día de clase. Estaba entusiasmado con la idea de aprender a bailar tango. Luis y Valerio le seguían unos pasos más atrás a un ritmo mucho más relajado. Luis era hermano gemelo de Matías. A pesar de las múltiples similitudes que caracterizan a los hermanos gemelos, en su caso, esas similitudes tan solo eran físicas. Luis se tomaba la vida con filosofía, su filosofía. Le gustaba observar, disfrutaba de la vida solo por el simple hecho de vivir. No tenía grandes pretensiones, simplemente se dejaba llevar. Se había propuesto disfrutar la vida como si de un regalo de cumpleaños se tratase. Rompía con torpeza el papel que lo cubría, esperando con calmada ilusión lo que hallaría en su interior. Valerio, primo de ambos, podría haber pasado por hermano de ellos, eran un poco más alto que sus primos pero su aspecto era similar. Valerio se preguntaba cómo había podido dejarse manipular para acompañarles a la escuela de Danza. Él siempre había aborrecido bailar, ¿cómo no hacerlo si todo el mundo sabía que desde niño siempre había sido un pésimo bailarín?
Cuando la puerta se cerró al paso de Valerio, Matías se encontraba ya sentado en un pequeño banco de madera colocándose los zapatos de baile, que con tanto ímpetu había comprado la misma tarde que pago la matrícula de acceso a aquel curso. Esperaba que sus cuatro semanas de duración le convirtiesen en un experto bailarín. Cuando el profesor entró por la puerta, el nutrido grupo de chicos y chicas esperaba listo para su primera lección.
-Para bailar tango, lo primero que deben aprender es a caminar. Háganlo para delante, deben deslizar sus pies por el suelo. Primero adelanten el pie y luego hagan que el cuerpo le siga. Mantengan la espalda en posición erguida.- El profesor se sentó y metió un cd en la cadena de música que se encontraba junto a su pequeño banquito, mientras miraba distraído a sus alumnos.
-¿Caminar? ¡Yo ya se caminar! ¿Vengo a un curso de baile para que me enseñen a andar? Yo quiero bailar, quiero que me enseñen a hacer ochos y giros, quiero parecer un auténtico galán. Yo lo que pretendo es ser uno de esos hombre elegantes como los que tantas veces vi en las películas.- Pensó Matías, mientras su cara comenzaba a reflejar su enorme contrariedad.
Luis caminaba cómicamente como si de un antigalán se tratase, su espalda desgarbada, poco erguida. Se movía con torpeza. Mientras divertido miraba a su alrededor con fingido aire altanero.
Valerio caminaba lento, tenía una postura natural perfecta para bailar tango. Al ser más alto que Matías y Luis su presencia era espectacular. Él lejos de darse cuenta, pensaba en que quizás si hubiese conseguido superar las embestidas de sus primos para gastarse el dinero en algo tan poco aprovechable para él como el baile, podría haber dedicado ese dinero para comprar aquellas llantas tan impresionantes que había visto en la tienda de autos del centro comercial.
-Fantástico!!. - Le digo el profesor. -¡Un porte ideal para bailar Tango!
Valerio sorprendido por aquel comentario, inmediatamente desecho cualquier aspecto positivo en él, se dijo para sí.- El profesor con su evidente pluma, ha puesto sus ojos en mí y está tratando de alagarme para llevarme al huerto. Ya sabía yo que no debía venir aquí.- Algo en el interior de su bolsillo comenzó a moverse rápidamente, una musiquilla comenzó a sonar alterando el ritmo de la clase. Saco el pequeño teléfono del fondo de su bolsillo y atendió interesado la llamada. Nada más colgar, se acerco a sus primos para decirles que le acaban de llamar del despacho donde trabajaba y que debía ausentarse. El sabía perfectamente que aquella tarea, no era tan urgente. Mientras cruzaba la calle en dirección a la parada del metro, se prometió no volver a pisar una Escuela de Danza.
Luis miraba divertido a su alrededor, pronto algunas de las féminas del lugar empezaron a fijarse en su paso descompasado y cómico, para ellas resultaba tremendamente divertido. Él les devolvía la mirada regalándoles muecas burlonas, a otras les regalaba sonrisas de complicidad.
-Bueno, ya es suficiente.- Dijo el profesor.- Ahora vamos a aprender algo nuevo, dejaremos de caminar para adelante.- Guardó silencio por unos segundos. -Comenzaremos a caminar, pero esta vez hacia atrás.
La cara de Matías se puso roja, de sus ojos parecieron salir rayos capaces de fulminar a cualquiera de los presentes. No podía creer que ese estúpido profesor fuese tan sumamente incompetente. Seguramente no fuese un profesor titulado y sus conocimientos de baile serían escasos. Lo que pretendía era alargar lo máximo posible el momento para dar los avanzados conceptos que él esperaba aprender. De esta manera, evitaría que sus alumnos se dieran cuenta, de las que para él, eran ya unas más que evidentes carencias.
-¡Mierda!- Masculló Matías. La joven que se encontraba caminando a su lado, pego un pequeño botecito, lo miró de reojo. Disimuladamente se fue alejando de él.
-¡Muy bien! Todos los días del curso durante la primera media hora de clase nos dedicaremos a caminar, primero para delante, después hacia atrás.- Dijo el profesor mientras recordaba los años que vivió en Buenos Aires aprendiendo los secretos de aquel baile, que siempre le había fascinado. Allí, en la mayoría de las Escuelas de Tango del país, se pasaban largos meses aprendiendo a caminar. Hasta que los alumnos no interiorizaban aquella particular forma de moverse, no se les enseñaba ningún concepto, movimiento o técnica. Él, tras su largo estudio de las costumbres argentinas, y viendo que en la sociedad europea esto tendría una triste acogida, decidió que sólo dedicaría una cuarta parte del tiempo de sus clases en la práctica del tan importante arte de caminar.
-Ahora, os enseñaré los pasos básicos del tango.- Miró a su alrededor buscando a Luis. Durante la media hora que habían estado caminando, había ido observando uno por uno a todos los alumnos. Cuando había posado su mirada en Luis, había visto en él a alguien con quien a pesar de sus torpes pasos, podría contar para tomarlo de ayuda en sus clases. Podría mejorar sus torpes pasos hasta convertirlos en los de un experto bailarín, en cambio una actitud positiva como la de Luis era prácticamente imposible de moldear. Ese tipo de actitud nace desde dentro para fluir fuera.
El profesor se acerco a Luis y con un pequeño gesto le invitó a acercarse junto a él en el centro del círculo que se había formado.
Matías permanecía algo apartado del grupo, su aspecto era cansado. De algún modo se sentía abatido. ¿Cómo podía tener tan mala suerte? Siempre que encontraba algo que realmente le gustaba, al final resultaba ser un gran fiasco. Qué mala suerte haber encontrado un profesor tan mediocre. Posiblemente tampoco el Tango merecería tanto la pena como para darle una segunda oportunidad.
Luis se acerco a Silvia mientras ella tomaba su abrigo negro del colgador, la tomo por el brazo.
- Siento haberte pisado tantas veces, ¿té lo podría compensar invitándote a un café?
Silvia le miro a los ojos.- Con leche por favor.- No conocía nada de aquel desastroso bailarín, pero tenía claro que deseaba rodearse de personas que le trasmitiesen sensaciones positivas, la mismas que él le había trasmitido mientras torpemente la pisaba, además empezaba a parecerle tremendamente atractivo.
“Una actitud equilibrada es el secreto del éxito para cualquier empresa que emprendemos. Tan malo es el exceso de ganas como la falta de ellas. En el equilibrio está la clave, de la misma manera que la mayor calma y serenidad se alcanza gusto en el ojo de la tormenta.”
increible anna un beso desde ibiza
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